Mi padre murió hace cinco meses, en un momento oportuno o inoportuno, según se mire. Yo creo que él no habría tenido nada en contra de desaparecer de una manera tan repentina justo entonces, hasta incluso pensé que se había caído a propósito cuando me lo dijeron, antes de conocer los detalles. Se parecía demasiado a lo que se lee en las novelas para poder ser casual. Durante las semanas anteriores al fallecimiento, mis hermanos habían mantenido una enardecida disputa sobre un anticipo de la herencia, en relación con las casas de la playa de la familia en las islas de Hvaler. Y solo dos días antes de que mi padre se cayera, yo me había unido a la disputa poniéndome de parte de mi hermano, en contra de mis dos hermanas pequeñas.

Me enteré de esa disputa de un modo extraño. Un sábado por la mañana que esperaba con mucha ilusión porque no tenía nada más que hacer que preparar una intervención en un seminario sobre teatro contemporáneo en la ciudad de Fredrikstad por la tarde, llamó mi hermana Astrid. Era una mañana despejada y hermosa de finales de noviembre, el sol brillaba casi como en primavera si no hubiera sabido que eso era imposible y si no hubiera visto los árboles sin hojas elevarse hacia el cielo o el suelo rojizo de hojas. Me sentía feliz, preparé café, me hacía ilusión ir a Fredrikstad y dar una vuelta por el casco antiguo de la ciudad al acabar el seminario, caminar por los terraplenes mirando al río, con la perra a mi lado. Me metí en la ducha, cuando salí vi que Astrid había llamado varias veces. Seguro que tenía que ver con esa colección de artículos que le estaba ayudando a redactar. Contestó al teléfono con voz susurrante. Espera un momento, dijo, había interferencias, como si se encontrara en una habitación con aparatos eléctricos. Espera un momento, repitió, susurrando de nuevo, yo esperé. Estoy en el hospital Diakonhjemmet, dijo, ya la oía mejor, las interferencias habían desaparecido. Se trata de mamá, dijo. Pero todo ha ido bien. Ya está fuera de peligro.

Sobredosis, dijo, mamá se tomó anoche una sobredosis, pero todo ha acabado bien, solo que está muy cansada.

No era la primera vez que sucedía, pero en los otros casos habían ocurrido tantos sucesos traumáticos antes que no me había sorprendido. Mi hermana repitió que nuestra madre estaba fuera de peligro, pero que había sido dramático. Mi madre la había llamado a las cuatro y media de la madrugada: He tomado una sobredosis. Astrid y su marido acababan de volver a casa de una fiesta y no podían conducir, Astrid llamó a mi padre, que encontró a mi madre en el suelo de la cocina y que a su vez llamó al vecino, que era médico; este acudió y dudaba de si era necesario avisar a una ambulancia, pero lo hizo para quedarse tranquilo, y la ambulancia llegó y llevó a mi madre al hospital, donde se encontraba ahora, fuera de peligro, pero muy muy cansada.

Por qué, pregunté, Astrid se mostraba vaga e incoherente, pero poco a poco fui comprendiendo que las emblemáticas casas de la playa de Hvaler habían sido traspasadas a mis dos hermanas, Astrid y Åsa, sin que nuestro hermano Bård hubiese sido informado al respecto, por un valor de tasación que, al enterarse, le pareció demasiado bajo. Había protestado y armado un escándalo, dijo mi hermana. Ella le había enviado un correo unos días antes porque nuestra madre estaba a punto de cumplir ochenta años y nuestro padre ochenta y cinco, y eso era algo que había que celebrar, así que escribió a Bård preguntándole si él y su familia querían participar en la fiesta, él contestó que no quería verla, que le había arrebatado una casa de Hvaler, eso añadido a un trato desigual en cuestiones económicas durante años, que ella solo quería justicia para sí misma.

Astrid se asustó, tanto por los términos como por el contenido, y enseñó el mensaje a nuestra madre, que se asustó y se tomó una sobredosis, y ahora estaba ingresada en el hospital, en cierto modo por culpa de Bård.

Cuando Astrid lo llamó para contarle lo de la sobredosis, él contestó que ella era la responsable de la situación. Se muestra muy frío, dijo ella. Emplea la peor arma de todas, los hijos. Los hijos de Bård habían eliminado a Astrid y a Åsa de Amigos en Facebook y escrito a nuestros padres diciéndoles que estaban apenados por la pérdida de la casa de la playa. Mi madre tenía mucho miedo de perder el contacto con los hijos de Bård. Le dije a Astrid que le dijera a nuestra madre que se mejorara, ¿qué otra cosa podía hacer? Se alegrará, dijo.

Resulta curioso lo casual que es conocer a personas que luego serán decisivas para el desarrollo de nuestra vida, que luego influirán directa o indirectamente en elecciones que harán cambiar la trayectoria de la misma. ¿O no es casual? ¿Intuimos que la persona ante la que nos encontramos va a empujarnos hacia caminos por los que consciente o inconscientemente deseamos caminar? Entonces seguimos hacia delante. ¿O intuimos que la persona ante la que nos encontramos podrá desafiarnos o echarnos de ese camino por el que deseamos caminar y por eso no queremos volver a verla? Resulta curioso pensar en lo importante que puede llegar a ser una persona para nuestra actuación en situaciones decisivas, porque le hemos consultado justo sobre ello.


Vigdis Hjorth (Oslo, 1959). Es una de las novelistas noruegas más importantes de la actualidad. Ha vivido en Oslo, Copenhague, Bergen, Suiza y Francia. Estudió Filosofía, Ciencias Políticas y Literatura. Su primer libro fue Drama med Hilde (1987) y entre su obra narrativa podemos destacar Om bare (2001) y La herencia (2016), ganadora del Premio de los Libreros de Noruega, el Premio de la Crítica y nominada para el prestigioso Premio de Literatura del Consejo Nórdico. La novela se convirtió en una de las obras más aclamadas por la crítica y uno de los fenómenos editoriales más relevantes de los últimos años en Noruega.


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Publicado por:Philos

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